En una Noche de Museos, Tito el último tatuador de Lecumberri retornó al Palacio Negro
En una Noche de Museos, Tito el último tatuador de Lecumberri retornó al Palacio Negro. Foto: Twitter.

El Palacio Negro fue testigo de la charla en torno a Tito, el último tatuador de Lecumberri.

Con una sonrisa en el rostro, Tito recordó sus años de reclusión en el Lecumberri, el lugar en el que aprendió el arte del tatuaje.

Con más de sesenta años, Tito Colombiano, mejor conocido como el último tatuador de Lecumberri, regresó al ahora Archivo General de la Nación para realizar una charla en torno a las características del tatuaje penitenciario, la discriminación que viven las personas tatuadas y el uso del tatuaje en la ciencia forense.

Este miércoles, en punto de las 19:00 horas, Tito Colombiano entró de nueva cuenta al Palacio Negro, pero no para saldar alguna «deuda» con el sistema penitenciario, sino para ser protagonista de la Noche de Museos que preparó el Archivo General de la Nación.

El Palacio de Lecumberri ―edificio que Porfirio Díaz ordenó construir en 1871 y que ahora alberga al Archivo General de la Nación― guarda en sus muros varios fragmentos de la historia de México.

  • Inició sus operaciones como centro penitenciario el 29 de septiembre de 1900.
  • Fue testigo de la tortura y los asesinatos de varios estudiantes que estuvieron involucrados con el movimiento de 1968.
  • Mantuvo cautivos a personajes conocidos y vitoreados por sus aportaciones artísticas como David Alfaro Siqueiros, José Revueltas, Álvaro Mutis y Pancho Villa.
  • Fue locación de la película Nosotros los pobres protagonizada por Pedro Infante.
  • Y vio perfeccionarse, entre sus muros, a la técnica de tatuaje canero que Tito Colombiano, sus discípulos y maestros, popularizaron entre los últimos presos del Palacio Negro.

En 1976, tras la fuga de Alberto Sicilia Falcón, Luis Echeverría dictaminó el cierre del Palacio de Lecumberri como centro penitenciario, para ese entonces, Tito Colombiano ya había aprendido la técnica para realizar tatuajes en la celda 144, pues él estuvo preso de 1971 a 1975. (Goyo Cárdenas, el que asesinó a mujeres y las enterró en su jardín, le echó una mano para agilizar su liberación).

El cuerpo de Tito Colombiano es un lienzo, en el que no solo pueden leerse los tatuajes que se ha rayado a lo largo de su vida, también son notables las cicatrices de varias situaciones violentas que han dejado huella en su piel: balazos.

Con cierta melancolía en su mirada, pero bien cábula y con la jerga canera, Tito contó sobre su llegada a México y al Palacio Negro.

Desde muy joven, a los 13 años, comenzó con el tráfico de drogas. Su familia de Cartagena de Indias, Colombia, lo alquiló para transportar narcóticos. Así, desde ese lugar comenzó un éxodo con el estómago bien cargado de cocaína, llegó a Nayarit, escapó a Estados Unidos, se enamoró, tuvo un hijo, la migra lo retachó a Tijuana y de Tijuana llegó a Tepito. Sus compañeros lo abandonaron y en ese ir y venir de la sobrevivencia citadina llegó al Palacio Negro.

En el Palacio Negro, Miguel le rayó su primer tatuaje, le costó 15 pesos ―pero lectores, no olviden que eran de los de aquellos tiempos―, para conseguirlos, Tito cobró piso a otros presos del penal: 50 centavos por cabeza. Así comenzó a familiarizarse con el arte del tatuaje que, además de marcar su epidermis, le ha dado una forma distinta para sobrevivir en esta caótica CdMx.

Las cosas ya no son tan difíciles para la gente tatuada, cuenta Tito, quien afirma que en el mismo Lecumberri lo cacharon tatuando a otro men y lo procesaron por daños a la salud.

«El lienzo más sagrado es la piel del ser humano», dice Tito, por eso se alegra de que, poco a poco, el tatuaje se reafirme como arte y no como una marca corporal para identificar a los «delincuentes».

Los materiales para el tatuaje canero eran difíciles de conseguir, más en aquella época en la que no había locales específicos para comprar toda la parafernalia con la que ahora hasta te ofrecen servicios de tatuaje en la calle Madero, una de las zonas comerciales más concurridas en esta capital del país.

La inspiración, por otro lado, era más sencilla, bastaba con tener entre la nebulosa de pensamientos la inicial de un ser querido, de la madre, de la novia, de los hijos o, para ser más artísticos, reutilizar la envoltura del mazapán que, con el tiempo, les dio vida a las ya conocidas rosas canadienses que se fraguaron en un centro penitenciario cien por ciento nacional.

Con Tito estuvieron Osvaldo Castañeda y René López; el primero, recordó la importancia de conocer las leyes para prevenir y accionar correctamente ante cualquier tipo de discriminación ―solo que las leyes aún son difíciles de comprender con su retórica rebuscada y quienes realizan doble turno en el trabajo para mantener a sus familias aún no tienen el tiempo requerido para conocerlas―; el segundo, en cambio, recalcó que los tatuajes son medios de identificación artificiales y, por muy crudo que suene, en un país de desmembrados por segundo, debido a las guerras entre estado y cárteles del crimen organizado, son muy efectivos a la hora de reconocer a las víctimas.

La Noche de Museos en el Archivo General de la Nación finalizó con un recorrido en uno de los salones decorados por los presos políticos del Lecumberri, en el que se puede apreciar un mural pintado por Cuauhtémoc Hernández Ochoa, en 1959. En este recinto no solo se alberga un testimonio gráfico de la historia de México, también están escritos los nombres de personajes que han trascendido en el ámbito humanístico, político y artístico en el país, como Leona Vicario y Sor Juana Inés de la Cruz, la Décima Musa.

En una Noche de Museos, Tito el último tatuador de Lecumberri retornó al Palacio Negro
En una Noche de Museos, Tito el último tatuador de Lecumberri retornó al Palacio Negro. Foto: Twitter.

Mimí Kitamura

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