La plaza del ajolote
El príncipe sapo

La plaza del ajolote

La historia de un fracaso contada en 6 años… no, menos, en 13

Emanado desde las entrañas mismas del priismo nacional, a Enrique Peña Nieto no le fue difícil abrirse paso entre la política mexicana y, en especial, al interior del Revolucionario Institucional, del cual resultó su candidato (único) para las elecciones a la gubernatura del Estado de México en el año 2005: el inicio de la debacle del PRI.

La imagen fresca y alegre de Peña Nieto hizo pensar a los mexiquenses —y más tarde al país entero— que se trataba de un cambio generacional en el PRI, con políticos que se deshicieran de las malas praxis e implementaran un modelo económico basado en la modernidad y el progreso, algo similar a los tecnócratas de Salinas, pero del siglo XXI.

Impulsado a la vieja usanza de las televisoras, Peña se convirtió no solo en el galán del momento —emparejado con una de las actrices más reconocidas de la farándula—sino también en la imagen del político moderno, preparado y carismático, capaz de llevar al país por el sendero del crecimiento económico y de fijar las bases de una nación fuerte y en tendencia positiva. Nada de eso pasó.

Aunque su matrimonio (en 2010) con Angélica Rivera, transmitido en los canales más vistos de la televisión mexicana, eclipsó a algunos de los capítulos más oscuros de su mandato al frente del Estado de México, no fueron suficientes para olvidar el caso de San Salvador Atenco y la brutalidad con la que los pobladores fueron agredidos, ultrajados, violentados y torturados por los elementos de la seguridad federal, estatal y municipal. La primera batalla estaba perdida.

Aquellos (ahora lejanos) actos violentos del 3 de mayo de 2006, hicieron llevar el caso hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la cual emitirá su fallo en los próximos días, y de paso dejaron el precedente de lo que se avecinaría para la nación: violencia, represión, desapariciones, asesinatos e intolerancia a los opositores a las políticas peñanietistas.

Aun cuando fue perseguido por su responsabilidad en el caso Atenco, la popularidad de Peña Nieto le alcanzó para convertirse en candidato presidencial y, a la postre, en Presidente de México, pero el estigma seguía latente. Sin haber tomado las riendas del país, se convirtió en uno de los políticos más abucheados y cuestionados por sus opositores; el impulso del movimiento #YoSoy132 fue capaz para tambalear su imagen y recibirlo (en su toma de protesta del 1 de diciembre de 2012) con una de las manifestaciones más recordadas de los últimos años, misma que terminó en detenciones, actos vandálicos y el inicio de una política opresora ante los movimientos sociales.

Seguro de conseguir la Silla presidencial, Enrique se aventuró a presumir a la nueva generación de priistas con quienes encabezaría su gobierno. Hoy dos de ellos están en prisión, el otro prófugo de la justicia, sin embargo, se suman a la lista una gran cantidad de funcionarios señalados y acusados por incurrir en diferentes delitos: lavado de dinero, nexos con el crimen organizado, defraudación fiscal y desvío de dinero público, entre otros.

Los casos más emblemáticos, La Casa Blanca, Odebrecht, La Estafa Maestra y Operación Zafiro; los actores más importantes, Javier Duarte, Roberto Borge, César Duarte, Emilio Lozoya, Rosario Robles, Luis Videgaray y Alejandro Gutiérrez. Sin embargo, no son éstos los que marcan el final de una vida política en ruinas, serán la impunidad, las desapariciones, los ataques (cobardes) a periodistas, mujeres, defensores de derechos humanos y activistas sociales, quienes permanezcan como el estigma de un sexenio fallido.

El próximo 1 de diciembre (2018), EPN deberá entregar la Banda presidencial a quien por 12 años se convirtió en «el enemigo número uno de México», empero, con ella se va la fortaleza del que alguna vez fue el partido dominante del país, ahora convertido en la tercera fuerza política, se va la credibilidad y se refuerza el nexo (en el imaginario colectivo) entre corrupción y PRI. Peña deja un PRI lastimado, herido y a punto del nocaut; deja un país devastado, endeudado y con pobres más pobres y ricos más ricos —sello de su sexenio—. Enrique lo deja todo, la Silla, la Banda, la Residencia… la vida política se terminó.

Por: Ernesto Jiménez

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