Con la frente marchita

Por Cecilia Ramírez

No es necesario decir que en los últimos tiempos se ha visto una manifestación masiva de odio, que si por la raza, por los orígenes, por la religión, por las creencias, bueno, cualquier pretexto es bueno para expresar, con palabras o actos, el odio. Sobre todo, con la expansión tecnológica se puede insultar a kilómetros de distancia, de un continente a otro. De entre todas estas declaraciones, la que más llama mi atención, es la manifestación de odio de una mujer en contra de otra, que si tienes muy abierto el escote, que si la falda es de una mujer que no vale nada, que si el maquillaje, el cabello y hasta la lonjita que se nos ve, ¡pecado! que se asome porque seremos el blanco perfecto para chicas (y chicos) sin mucho talento para hacer otra cosa que no sea insultar, claro, resguardados detrás de una pantalla.

Sin embargo, las relaciones entre féminas no siempre tienen que estar marcadas por la competencia, la envidia y la soberbia. Afortunadamente aún existen las relaciones sanas entre el género femenino, ahí tenemos a Jennifer Aniston y Courteney Cox, a Helga G. Pataki y Phoebe Heyerdahl o a Sor Juana Inés de la Cruz y la virreina de México María Luisa Gonzaga.

Y es que no es nada fácil hallar a alguien que se deslinde de todo prejuicio que, desde pequeñas, nos han inculcado y con los que nos han bombardeado, es decir, en las caricaturas solo podía haber una protagonista, no más. Y entonces nos veíamos peleando por ver quién era la Power ranger rosa o quién ganaba el «piedra, papel o tijeras» para interpretar a Sailor Moon. Entonces, pasan como agua entre los dedos, la pubertad, la adolescencia y la primera juventud, y nos damos cuenta de que las amistades entre mujeres, pueden ser muy pocas. Y de pronto, aparece alguien con todo lo perfectamente desperfecto que embona tan bien con tu personalidad y descubres que ha nacido una nueva amistad en tiempos de odio.

Es magnífico descubrir que en momentos tanto gratos como infelices, hubo y hay alguien que ha aguantado tu peor humor, tus impertinencias, tus lágrimas, tus arranques de ira, tu caos emocional y que, aun así, sigue al pie del cañón. No hay mejor compañía que la que sabe qué decir justo en el momento preciso, sabe guardar silencios sin dar a entender otra cosa más que comprensión, sabe darte ánimos aun si tienes una sonrisa encubridora, sabe secar lágrimas que aún no ruedan por la mejilla. Entrega el más grande y mejor apoyo, con tan solo un par de palabras y una mirada reconfortante. Regala fuerza que saca de lo más recóndito de su corazón para que tú puedas levantarte por trigésima quinta vez. Esa persona que te regala momentos, experiencias, música, amistad, vale más que todo el oro y los diamantes que pueda haber en el planeta. Esa amistad que regala sonrisas y la mejor compañía no tiene comparación con ninguna otra sensación. Por eso, estas palabras van dedicadas a todas las amigas que han dejado muy atrás rencores de antaño y se han dedicado a disfrutar de una amistad pura, sincera y sana. Estos párrafos van para una perfección imperfecta y para todas las amigas que merecen el mundo entero y más por toda su paciencia, comprensión y apoyo. ¡Gracias! Y les deseo a todas y cada una de las mujeres que encuentren una amistad que valga todas las penas y alegrías de la vida.

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