La plaza del ajolote
Tiempos fifís

La plaza del ajolote

La nueva guardia nacional

El cambio de régimen, como le gusta llamarlo al nuevo presidente de México, no solo evidenció las fracturas de una clase política desmembrada, también dio oportunidad para que se acrecentaran los odios, y las divisiones sociales pasarán a ser solo dos: fifís y chairos, oposición y aduladores, acarreados y mexicanos unidos contra «las locuras de Obrador».

La  resaca política del 2 de noviembre no llegó a «los fifís», quienes decidieron salir a marchar (por segunda ocasión) en la Ciudad de México y contra «la imposición» de López Obrador: Los sombreros fedona y los lentes oscuros fueron los grandes protagonistas de esa tarde, calurosa y desalmada, tan pensativa como el pueblo entero en nuevas manos.

«No somos muchos, pero somos machos» quise escuchar, pero las batallas por erradicar la violencia de género también se luchan en las trincheras fifís. En su lugar: «Amigo de Maduro, dictador seguro», «No a las consultas» y «Democracia y federalismo, no autoritarismo» vibraron sobre Paseo de la Reforma, intentaron opacar el estruendo de los automóviles dominicanos y la resonancia de un Zócalo ocupado por los chairos.

Acusaron acarreos y pagos de 500 pesos «a esos disque pobres (…) Al 50 por ciento les pagaron, así quien no» —escupió una lengua fifí—. Los chairos, en cambio, descansaban del festejo; revisaron si las cosas en el país ya habían mejorado, tal vez los muertos se terminaron, quizá aparecieron los desaparecidos: pero los bolsillos corruptos seguían intocables y las víctimas no dejaron de serlo.

Tal como lo prometió (el 11 de noviembre) la nueva oposición —ahora llamada fifí—, la voz crítica —callada por décadas—, el sector de la sociedad que le dice sí al progreso, salió a las calles a protestar —ahora sí— contra el gobierno en turno, no contra un presidente electo, tampoco contra el que se iba, el que se fue y los que ya no están.

Con un puñado de opositores —algunos de izquierda, según sus propias pancartas— revivieron los discursos de la vieja guardia del PRI: «convertirá (AMLO) a México en Venezuela» y «Así empezó (Hugo) Chávez», fueron solo algunos de los argumentos utilizados para protestar por la iniciativa de la Guardia Nacional, esa que pretende «militarisar» (sic) al país.

De lejos, pensé que eran chairos, protestando una vez más por cualquier cosa, esas nada importantes y por eso dejadas pasar por años: violaciones a derechos humanos, inseguridad, corrupción, abusos de autoridad; chairos mantenidos y opositores al progreso nacional. Pero no, eran fifís —la nueva guardia nacional— dispuestos a marchar «una, dos o doscientas veces de ser necesario, (porque) ahora somos pocos, pero cuando tengan que viajar a Santa Lucía y se tarden tres horas en llegar (…), si viven en Tecamachalco o Tlalpan, entonces si van a estar quejándose».

Caminaron sobre Reforma —tan suya como siempre—, pero esta vez iban a pie, bajo el sol cancerígeno que quemó —ya no sé cuántas veces— la piel chaira; avanzaron hacia la Plaza de la Constitución, aun con olor a «disque pobres», a acarreados, mantenidos, flojos, huevones, delincuentes, causantes de tráfico, congestionamientos y pérdidas económicas millonarias, chairos pues.

Pero el Zócalo aún es una plaza demasiado grande para la oposición al nuevo gobierno, no así para un pueblo desesperado por encontrar la justicia; el primer cuadro de la ciudad jamás será demasiado suelo para protestar por las injusticias de una clase política en deuda con sus gobernados, llámense fifís, chairos o mexicanos.

HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN

Por: Xólotl